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1/14/14

Música y emoción

Música y emoción: están tocando nuestra canción



La música es capaz de evocar emociones de forma poderosa. Ello resulta intrigante, pues la música, al contrario de otros estímulos capaces de evocar emociones, como los olores, sabores o las expresiones faciales, no posee, al menos de forma obvia, un valor intrínseco biológico o de supervivencia. Se han caracterizado algunas de las respuestas fisiológicas que se producen en respuesta a la música, pero los correlatos neurales de las respuestas emocionales a la música, su relación con la percepción musical o con otras formas de emoción no han sido definidas. Una forma de poder objetivar estas repuestas es medir las emociones negativas generadas por las disonancias o la desafinación, que parecen ser relativamente consistentes y estables, sin estar influenciadas por las preferencias musicales. Sin embargo, la respuesta a la disonancia es un fenómeno cultural, de forma que los oyentes occidentales, acostumbrados a un tipo de música generalmente tonal responden de forma más intensa a la disonancia, incluso en ausencia de un entrenamiento musical. Ello refleja, posiblemente, la internalización de las reglas tonales, y la reacción frente a la trasgresión de éstas.
Se ha comprobado que la percepción de estímulos musicales placenteros o displacenteros produce cambios en algunos de los sistemas de neurotransmisión cerebrales. Así, la audición de estímulos musicales desagradables produce un incremento en los niveles cerebrales de serotonina, una neurohormona que ha sido relacionada con fenómenos cono la depresión o la agresividad e incluso se ha podido correlacionar el grado de displacer con el incremento de sus niveles (Evers y col., 2000).

El impacto de la experiencia musical sobre la esfera emocional es especialmente importante en determinados colectivo, como el de los adolescentes, en los que tiene una función integradora, ya que les permite formar una imagen del mundo exterior y satisfacer sus necesidades emocionales.

De todo ello podemos concluir que la música ejerce un poderoso impacto sobre una estructura en la enorme plasticidad del cerebro que emerge de la interacción de fuerzas de carácter genético y ambiental. En los últimos años se ha renovado el interés por estudiar al ser humano desde una perspectiva integradora, sin olvidar el sustrato neurobiológico sobre el que se asientan los fenómenos mentales, sin caer en el organicismo radical. En el momento actual existen innumerables argumentos científicos que sustentan un modelo de organización de sistemas en el que los aspectos físicoquímicos o celulares afectan a niveles superiores de organización. Así, los cambios neuroquímicos que la música es capaz de producir en la química del cerebro tendrán consecuencias conductuales claras, incluso en la esfera cognitiva.

Pero, ¿cómo podemos trasladar la actividad de una neurona o de una red neuronal a la complejidad de la conducta humana o, en nuestro caso, a la complejidad de la experiencia musical? Lo que resulta evidente en un primer golpe de vista, en un nivel que podríamos denominar macroestructural, es que el cerebro se divide en dos mitades, aparentemente iguales, los hemisferios cerebrales. La mitad izquierda recibe información y controla los movimientos de la parte derecha de nuestro cuerpo, de forma que las dos mitades de nuestro cerebro y de nuestro cuerpo están 'cruzadas'. Cada uno de los hemisferios parece cumplir una función biológica diferente. Así, en lo que se refiere a las habilidades musicales, diversos estudios de neuroimagen, que permiten detectar las áreas de activación cerebral durante la realización de una tarea particular, y el estudio de las consecuencias de lesiones cerebrales en áreas concretas han permitido inferir que el hemisferio izquierdo está implicado en la regulación precisa de las acciones motoras y en el establecimiento de un orden serial de secuencias motoras repetitivas. Desde el punto de vista perceptual, el hemisferio izquierdo participa en el análisis temporal de secuencias auditivas no verbales y desde hace tiempo es bien conocida su implicación fundamental en el procesamiento, comprensión y producción del lenguaje. Por el contrario, el hemisferio derecho controla la prosodia del lenguaje y la entonación en el canto. Así, las lesiones en el hemisferio derecho no alteran el lenguaje, pero dan lugar a la producción de un habla monótona, sin inflexiones. Contrariamente, las lesiones en áreas del hemisferio izquierdo hacen que el paciente no pueda hablar, pero, sin embargo, se mantiene la capacidad de cantar canciones con letra. En concreto, en la experiencia musical esta lateralización es muy evidente, y se dan procesos que implican primariamente a uno u otro hemisferio. El análisis de pacientes con lesión selectiva en uno u otro hemisferio cerebral ha permitido determinar la existencia de un procesamiento secuencial de la información musical, de tal forma que el hemisferio derecho realiza un reconocimiento inicial del contorno melódico y la métrica y, posteriormente, el hemisferios izquierdo realiza un análisis detallado de las características tonales y la identificación del intervalo y el ritmo. Ello permite sugerir la existencia de un sustrato neural fragmentado y específico para las dimensiones melódica y temporal, a cuya formación y desarrollo contribuirán la musicalidad y la conducta musical del individuo (Schuppert y col., 2000). El estudio neurológico de diversos casos de amusia (pérdida de la capacidad musical tras producirse una lesión cerebral) han permitido proponer que las tareas ligüísticas y musicales e incluso el procesamiento de la información de carácter melódico y rítmico dependen de estructuras cerebrales independientes. Esta disociación funcional tiene a su vez un correlato neurológico, de forma que podría hablarse de una organización en módulos funcionales. De hecho, la amusia puede producirse por la lesión de áreas discretas de muy pequeño tamaño, que con frecuencia se sitúan en un solo hemisferio cerebral. El análisis de estos casos de lesión concreta ha permitido concluir que el lóbulo temporal superior, una región específica de la corteza cerebral, juega un papel crucial en el procesamiento melódico.

La complejidad del procesamiento cerebral que lleva a cabo un músico implica una fenomenología biológica aún por esclarecer. Más aún cuando se ha podido comprobar que las áreas cerebrales activadas durante la audición musical son sustancialmente diferentes en personas con entrenamiento musical y en aquellas que no lo poseen. De entrada, se ha descrito una diferencia general entre personas 'musicales' y 'no musicales', sugiriendo que tal habilidad no se encuentra universalmente y, por tanto, asumiendo de forma implícita que existe un innatismo musical. Esto, en algunos casos, ha supuesto una cierta discriminación de aquellas personas que carecen de la habilidad musical innata. Un estudio británico sugería que más de tres cuartas partes de los educadores en música consideran que un niño no llegará a ser buen músico a menos que posea ese talento innato. De hecho, no existen por el momento evidencias científicas que apoyen la existencia de una base genética clara para la habilidad musical. El Estudio de gemelos de Minnesota establece un nivel de correlación para la habilidad musical mucho más bajo en aquellos gemelos criados separados que en los que han vivido en la misma familia, sugiriendo que la experiencia familiar contribuye sustancialmente al desarrollo de la habilidad musical. De igual manera, un estudio realizado con gemelos (Coon y Carey, 1989) concluyó que la habilidad musical en los adultos jóvenes está más influenciada por los aspectos educacionales que por los aspectos genéticos. Así pues, la propia plasticidad cerebral conlleva que no caigamos en la tentación de rechazar a aquellas personas que no poseen esta habilidad innata para el ejercicio de la música.

La habilidad musical

Lo que podríamos denominar 'habilidad musical' no es en realidad un concepto unitario. Se trata, en realidad, de un conjunto de habilidades y aptitudes musicales concretas que incluyen elementos perceptivos, ejecutivos y de memoria, tanto sensoriomotora como de memoria tonal, o imaginería auditiva. Dentro de las aptitudes concretas podríamos mencionar las relativas al tono, timbre, ritmo, intensidad o armonía, tanto en sus aspectos perceptivos como ejecutivos. Tales aptitudes concretas pueden ser específicas o aparecer de forma conjunta en un mismo individuo.



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